Regreso a Ítaca (7) / UN LUGAR MÁS ALLÁ DE LAS SIRENAS / jorge maqueda

 

Sobre la ladera quebrada / lado roto del cráter del Ararat / 6 de septiembre 2021. Al fondo (algo por encima de mí) el Pequeño Ararat a mis espaldas, con una elevación de 12.782 pies (3.896m)

Por desgracia, la literatura o relatos existentes no nos hablan de aquellos que partieron un día y sucumbieron antes de poder regresar con noticias e historias de sus destinos, y que dejaron pudriéndose sus huesos y pieles al sol. Sin embargo y como cabría esperar, existen otras versiones —menos comentadas— que circulan entre algunos hombres de la mar y la montaña. Se trata de antiguos y curiosos relatos que, con el tiempo han formado parte de la leyenda y de los que es muy complicado afirmar su veracidad. En todo caso, es algo que tan solo conocen unos pocos, los más viejos y sabios que guardan celosamente de desvelar a extraños. Solo, la ingenuidad de quien pregunta puede abrir los labios sellados de quienes protegen su secreto. Solo entonces —abordo de un pesquero en alta mar o en el interior de inalcanzables refugios en las montañas, sobre heladas cumbres, cuando la nieve cubre los pasos y los hombres se reúnen arropados por el fuego— es cuando se relata no sin temor, que hay quienes un día escucharon una llamada partiendo, no sabiendo nadie de ellos durante semanas, meses o incluso años —llegando a dárseles por muertos— o perdidos en la tormenta, pero un día volvieron, regresados quizá por la misma tempestad que se los había tragado, y portando aquellas mismas ropas que cuando se fueron; raídas por el tiempo y evidenciando miserias y penalidades; si bien, quienes los vieron llegar afirmaron que luego de hablar con ellos parecían ser otros: personas muy distintas de las que un día partieron, y que al ser preguntados sobre donde estuvieron, jamás lograron sonsacarles o que hablaran de ello. Como si un fiel juramento sellara sus labios para la eternidad y la vida les fuese en ello. Tan solo se podía observar una delicada sonrisa y un brillo radiante en su mirada al ser preguntados, y que delataba a aquellos rostros magullados por el frío, el sol o la sal. Aquel brillo, decían los viejos, era el reflejo de quienes alcanzan un destino utópico a la razón, inimaginable al simple mortal, donde se encuentran todos los matices de la tierra y el universo. Un lugar en el que la naturaleza (que gusta de ocultarse) se muestra al hombre y le hace partícipe de su grandeza, velada hasta entonces a sus sentidos. Ese lugar donde el hombre, solo después de mucho batallar, y desafiando la propia vida con la muerte puede alcanzar la verdadera patria, y aquella paz tan anhelada para con sus semejantes y consigo mismo.

Sin embargo, esa misma y terrible ausencia de hechos confirmados y contrastados de noticias, acerca de aquellos valientes o locos desvariados, que arriesgando su vida hubiesen partido hacia las verdes praderas; agudiza el talante mítico de tan asombroso lugar, pues sugiere dos posibles opciones. Una de ellas, la mítica: «aquel que imprudente se acerca al lugar ya no vuelve a su hogar, sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo». La Otra, escéptica: «se trata de seres y lugares imaginarios: inventados por la mente humana y no habitan otro lugar que esta». Cabría entonces preguntarse entonces ¿qué puede haber de cierto en todo ello? Evidentemente, recurriendo a la lógica y a la razón, una respuesta parece demoledora. Pero no seré yo, quien la manifieste o argumente pues saben las divinas Cárites que de ello me guardaré, como me he guardado del hambre y la peste. Y al punto viene observar esta exhortación que transmito, "pues aquellos que ligeros emiten juicios y de confianza se sienten colmados — erguidos sobre el arrecife de las Sirenas (cabo de gata, nijar)— estos los primeros serán hechizados". 

Precisamente Pausanias (aquel griego de provincias de profesión sus viajes) — no solo poeta sino también filósofo, que vivió bastante y deambuló todavía mucho más que aquel— perteneciente a la escuela escéptica de Pirrón de Elis, al igual que Timón de Fliunte y por ello pragmático estudioso de Homero, como lo fueron: Aristóteles y Eustaquio “comentarios a la Iliada”; Heraclito "alegorías homéricas” y Platón “Hipias menor”, es quien al final de su Nekuia «evocación de los muertos» cierra de modo inquietante sin aparentemente motivo, y advirtiendo a los navegantes de tomar a la ligera juicios, aunque no sabemos exactamente relacionados con qué. Pues al tratarse tan solo de un fragmento —perteneciente a la parte final— desconocemos, que poderosos motivos pudieron llevarle a manifestar tal advertencia, cuando de por medio andan las sirenas.

Llegados a este punto, quizá, debamos ser nosotros quienes intentemos atisbar, si encerrado entre el mito y la leyenda existe algo más, algo que podamos extrapolar a la realidad. Entiendo, por supuesto, que puede parecer una tarea complicada y reservada a quienes tras muchos años de estudios y formación poseen, el método y el medio, para bucear en la compleja dimensión en la que se muestran tan singulares textos. Pero razonemos un momento y situémonos en la piel del poeta; comprendamos su modo de ver el mundo, las personas, los sentimientos; o, mejor aún, reflexionemos acerca del modo de expresarse de estos. Me viene a la memoria una vieja lectura; “la poesía” - Borges, donde alude al Panteísta Irlandés Escoto Erigena, quien dijo, “La sagrada escritura encerraba un infinito número de sentidos" comparándola con el plumaje tornasolado de la cola de un pavo real. Luego, de todos es conocido que los poetas proceden por hipérbolas; pues bien, al leer poesía caminamos, a veces sin saberlo, sobre una calculada y trabajada configuración metafórica, con la que ha entretejido el autor su poema. Lentamente, al profundizar en este, y del tumulto de sus palabras se comienzan a advertir diversos significados; interpretaciones, todas posibles, pero de las que tan solo una permanecía latente en la mente del autor: “Su mensaje” o, en este caso “advertencia”. Así pues, la pregunta correcta no sería ¿qué son? sino, ¿qué es aquello que representan?, a qué se está refiriendo realmente el poeta, cuando nos advierte de las sirenas. 

Monte Ararat 5137m (volcán) Oriente de Turquía - kurdistán
Por debajo del ultimo campamento, el día antes del ascenso (6 sep 2021) después de renunciar a la cumbre,


Pero no esperen por mi parte una respuesta. Desembarazarse del oscuro y abultado velo que cubre nuestras conciencias y ver más allá, es tarea que incumbe individualmente a cada uno de nosotros: un ejercicio intimista y personal. Ya resulta bastante embarazoso para mí tener que hablar de aquellas emociones que más profundamente me embargan: voces, que en ocasiones resuenan con fuerza en nuestro interior, provocando, que alcemos la vista hacia lugares insólitos y lejanos de nuestras tierras. Lugares, donde habita la fascinación y el encanto y,desde donde se escucha el sutil y melódico canto de unas vírgenes aladas que con pujanza, tiran de nuestras almas. Cuánto más complicado, todavía, sería para mí tener que razonar, describir esas pasiones que nos llevan voluntariamente a partir en una azarosa búsqueda y, más aún describirlo a aquellos que las ignoran. Que ignoran el sonido oculto y camuflado en el fuerte viento:  en las montañas, o tras el rugido de olas que se estrellan furiosas contra solitarios acantilados en las rocas; cómo podría describir ese lamento que exhala la nieve al crujir bajo las botas, al ser pisoteada, o el rumor del agua que se advierte risueño en primavera bajo los vapores de un diminuto arroyo en la escarcha; o la mirada en ese destello que se filtra buscándonos entre las hojas de los árboles al levantar el sol, y que torna de tonos mágicos la realidad, como si está de alguna sucinta manera tratase de insinuarse, mostrando por unos instantes tonos extrañamos, antes ocultos sobre las mismas formas. Cómo explicar esa necesidad de mirar, escuchar y hablarle a las estrellas, de ir más allá del horizonte y seguir adelante caminando entre la tempestad cuando, aparentemente, delante no hay más que soledad y un intenso frío, sin saber qué Parca, o qué, más allá en silencio nos aguarda.

Monte Ararat 5137m (volcán) Oriente de Turquía - kurdistán
Entre los 4100 / 4300 metros de altura (7 sep 2021) después de renunciar a la cumbre,

Yo meditaba absorto, devanando los hilos del hastío y la tristeza, cuando llegó a mi oído, por la ventana de mi estancia, abierta a una caliente noche de verano, el plañir de una copia soñolienta, quebrada por los trémolos sombríos de las músicas magas de mi tierra. Y era el Amor, como una roja llama. (Y era la Muerte, al hombro la cuchilla) —Nerviosa mano en la vibrante cuerda, ponía un largo suspirar de oro que se trocaba en surtidor de estrellas (Y era un plañido solitario) el soplo que el polvo barre y la ceniza avienta. (machado, XIV cante jondo)

 


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