MARRAKECH / Los Jardines de la Kutubia - MARRUECOS / Jordi Maqueda

Jardines de la Koutoubia

Los jardines de la Koutoubia y la Mezquita Koutoubia, (arriba) vista desde la ranchera (trasporte) que me llevaba de nuevo a las montañas en esta ocasión al Anti-Atlas.

A veces, cuando estamos en un lugar, observamos de nuestro alrededor, o al pasar, algo que nos llama la atención (la mezquita y Jardines de la Koutoubia es uno de esos lugares, que cuando estas en Marrakech (digamos que de paso) llaman tu atención desde la llegada. Sin embargo, nos vemos como esa silueta indefinida a la puerta (ahí abajo en la foto) siempre mirando hacia otro lado distraídos de la realidad, y mirándonos el reloj (preguntando  ¿dónde está el grupo?), y sin dejar de pensar como siempre (y todos los días en casa o en el trabajo) en nuestro destino (en lo que tenemos obligadamente que hacer): ese mismo destino que traemos en la cabeza desde que partimos en nuestro viaje (y, prácticamente, desde que tenemos conciencia de nosotros mismos); ese mismo destino que nos deslumbra durante toda la vida, y durante todo camino, y no deja ver con claridad oscureciendo y deformando todo el paisaje (y  puertas posibles) existentes a nuestro alrededor. 




Quien me conoce sabe que no soy amigo de grupos (ni puñetas). Entiendo, los grupos, en la medida de poder viajar más cómoda y económicamente a un lugar, pero no en la forma de andar uno detrás de otro en lugar alguno: no soy la sombra de nadie, siguiendo a todo lugar a quien se mueve  (facilitando los deseos de otros) en ese sentido mi único deseo, y siempre pido (si partí con uno) es ir a mi aire y ritmo: "que me dejen solo" con mi propia sombra, para acercarme a aquellas formas que ví en la distancia, llamando mi atención en algún momento del camino y,  así luego pudiendo dar una vuelta, acercarme a esos lugares  (que prisas, relojes e itinerarios no  dejan ver), aunque sea solo por unos breves; pudiendo de este modo tener aquellos singulares momentos (que, además, luego derivan en un conocimiento real y una experiencia): como cuando por ti mismo te asomas y miras por unos instantes (únicos) pero con tus propios ojos dentro del cráter, la lava vibrante y roja de un volcán. En definitiva: hacer lo que te dicte el corazón. 


Pues nada, aquí del otro lado como siempre.


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