Regreso a Ítaca (5) / QUÉ SABÉIS VOSOTROS DE LAS SIRENAS / jorge maqueda

QUÉ SABÉIS VOSOTROS DE LAS SIRENAS 

Entiendo, que aquellos que no estén familiarizados con la mitología Griega, y tengan una imagen de estas dentro de un folklore más actual; metamorfoseado por el cine y los libros de cuentos, que de niños nuestros padres nos solían comprar, al leer las líneas más abajo expuestas se extrañaran, exclamando, al tiempo que se preguntan, sorprendidos: «Demonios ¿qué son las Sirenas?». Y, lo cierto es, que aquella imagen que nos habíamos formado, de pronto se viene al traste al conocer algunas, de las muchas referencias que de ellas remite la literatura; sin embargo, lo peor, es que muy pocos convendrán en ponerse de acuerdo a la hora de opinar en torno al tema: ofreciéndonos nunca una descripción o explicación exacta de ellas. De modo, que al intentar determinar su origen, número o cometido dentro del enorme entramado mitológico nos sentimos abrumados; sumergidos, en un mar de opiniones, en algunos casos incluso contradictorias pues, son varias las versiones que se barajan al respecto y, que se recogen extraídas de la vasta mitología y la Poesía Helena. Así, unas veces las encontramos como horribles monstruos marinos o terrestres que atormentan a los hombres; y otras, en un papel que resulta compasivo, piadoso con aquellas víctimas que lograron conmoverlas, personificando el alma tranquilizadora que comparte la tristeza de los vivos, después de haber sido un peligro para ellos. Pero al mismo tiempo, y esto no deja de ser curioso, las podemos encontrar como fieles protectoras de tumbas —contra las acometidas de los malos espíritus—. Luego está su origen, a priori atribuido a Forcis —el anciano del mar—; si bien, observamos otras posibilidades, sugeridas a partir de unas gotas de sangre caídas de la punta del río Aqueloo, en cuyo caso sus madres bien podrían ser varias: desde Gea, pasando por alguna de las tres musas: Melpomene, Caliope o Terpsicore. Por último, estaría su número, dos o bien tres, dependiendo del autor y que varían en función de la madre. En el caso de ser Melpóneme, sus nombres serían: Telxipea, Aglaope y Pesinoe; mientras que si su maternidad es atribuida a Terpsicore, sus nombres varían siendo: Parténome, Leucosia y Ligea. Pero de lo que no cabe duda, es que entre tanta vacilación, encontramos un bonito y sugestivo nombre —hoy profanado y hartamente manoseado hasta la saciedad— para describir unos seres “míticos” y fabulosos, de los que apenas sabemos nada. Inventadas, por la imaginación humana, nos dicen unos pero, quién puede afirmar, no haber escuchado jamás ―en los más profundo de sí― en momentos cuando el alma se encuentra sosegada, aquellas melodiosas voces seductoras por las que dejándonos llevar, nos hemos sentido hechizados y visto que nuestra alma era empujada.

«Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a su hogar; sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto sentadas en una pradera y tiñendo a su alrededor, enorme montón de huesos, de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, a fin, de que ninguno las oiga; mas si tú deseas escucharlas haz que te aten a la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil. Y acaso, de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, atente, con más lazos todavía».  «Homero — Odisea;  Rapsodia XII».
 

Leyendo atentamente el fragmento de la traducción de la Odisea realizada, por L. Segala i Estaella y editada por la colección Austral —posiblemente una de las mejores transcripciones realizadas al castellano, dada su fidelidad literal— algunas inquietantes respuestas con relación a estos extraños seres parecen emerger a la luz, surgidas de las palabras escritas hace milenios de la mano del genial Homero. Gracias a él y a modo de apercibimiento se nos revela una primera descripción sorprendente, y no menos aterradora; quizá, un tanto somera que incluso ensancha el profundo mar de desconocimiento que de estos legendarios seres “míticos” poseemos hoy día las personas. En cualquier caso —monstruos marinos y demonios alados para unos, o vírgenes protectoras de las almas para otros— la mitología nos recuerda, que podría tratarse de parientes próximos a Erinas y Arpías, ambas poseedoras una dilatada y endiablada leyenda negra, marcada por la desgracia y la tragedia, que no debemos en ningún caso orillar. Por tanto y, observando la advertencia —por cierto a tener muy en deferencia— que la divina Circe “diosa de lindas trenzas” dedica al valeroso argivo «Odiseo» parecería obvio comprender, si damos pie a la leyenda,  el motivo por el que a lo largo de los siglos no hemos tenido noticia de aquellos que se han aventurado a buscar ese lugar, insólito y remoto: desbordante de belleza y paz para unos;  maldito, despiadado y despreciado por otros, que con sus encantadoras y sonoras voces habitan, protegiendo sin tregua y con desvelo las incansables y melódicas sirenas. Pues los peligros, sufrimientos y miserias que aguardaban, acechantes a cuantos escuchando, partiesen en su busca serían dignos a tener muy en consideración y pocos serán, quienes se atreverán finalmente a desafiar las advertencias.




En una tarde clara y amplia como el hastío cuando su lanza blande el tórrido verano, copiaban el fantasma de un grave sueño mío mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.. /..era un purpúreo espejo, era un cristal de llamas, que al infinito viejo yo sentí la espuela sonora de mi paso repercutir lejana en el sangriento ocaso. (Machado /horizonte)
                              

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